Si hace ya algún tiempo os daba una serie de pistas sobre cómo reconocer a un auténtico profesional de protocolo, ahora me atrevo a sugerir cuáles son, bajo mi punto de vista, los valores que debería poseer todo buen profesional de protocolo, valores que no son exclusivos de esta profesión, pero que, sin duda, en la nuestra adquieren especial relevancia.
Hoy en día la formación académica en Protocolo está garantizada, grados y masters especializados nos dan la posibilidad de adquirir las competencias teóricas y profesionales específicas para esta disciplina. Dominio de nuevas tecnologías, idiomas, capacidad de gestión, habilidades sociales y de comunicación, son algunos de los requisitos imprescindibles para trabajar en una profesión donde es fundamental saber controlar tiempos y espacios en los que van a interactuar una serie de personas a las que se debe aconsejar, orientar, insinuar o convencer sobre cuál es la mejor forma de comportarse en un determinado escenario.
Algunos estudios han puesto de manifiesto que dedicarse a la organización de eventos es uno de los trabajos más estresantes del mundo.
Y es que el tener que cumplir plazos, satisfacer los objetivos de un público variado y conseguir coordinar diferentes equipos provenientes de diversos sectores (diseño, restauración, limpieza, seguridad, logística, comunicación…) no es tarea fácil. Lejos del falso glamour que algunos puedan querer ver en una profesión en la que la gestión de egos varios también suele ser bastante frecuente, hace necesario que la persona que decida dedicarse a trabajar en protocolo posea o trate de adquirir una serie de cualidades o valores personales que hará que su trabajo sea, a pesar de los inconvenientes propios de toda profesión, lo más satisfactorio posible.
Frente a un mundo en el que la inmediatez, la amplia difusión o la multitarea aparecen como claves de un éxito tan inmediato como efímero, deberíamos poner en alza valores como la discreción, empatía, honestidad, humildad, paciencia, prudencia, sencillez o serenidad. Unos valores que quizá no se llevan bien con la prisa que invade nuestro día a día, pero que a la larga nos ayudan a consolidar y construir un éxito profesional y personal quizá menos aparente pero más sólido y gratificante.
Los valores de un buen profesional de Protocolo
La discreción es fundamental para saber discernir aquello que puede o no trascender y cuya revelación puede provocar más problemas que soluciones. Sin duda, un valor imprescindible para alguien que trabaja en protocolo y organización de eventos.
La empatía, como capacidad de poder comprender y entender la emoción de los demás y ponerse en su lugar, nos puede ayudar -siempre y cuando, ese ponernos en su lugar no nos haga perder de vista nuestra propia percepción- a la hora de facilitar el consenso entre dos partes. Sin duda, en protocolo, tratar de facilitar el consenso y entendimiento entre dos partes es una tarea fundamental.
Atreverse hoy en día, a decir lo que uno verdaderamente piensa, aunque esto pueda hacer perder el favor de ciertas personas y, por tanto, determinados beneficios, es propio de personas honestas que buscan hacer bien su trabajo independientemente de que la realización del mismo les aporte o no un reconocimiento personal. Un responsable de protocolo capaz de decir lo que es o no conveniente independientemente de que esa conveniencia coincida o no con los intereses personales de quien nos sabe distinguir el cargo de la persona, es el profesional con el que toda institución debería contar si quiere mantener su imagen y credibilidad.
La no búsqueda de un reconocimiento personal no implica que si lo hay no debamos sentirnos agradecidos y reconfortados, no hacerlo no es sinónimo de humildad, sino de poca consideración hacia nosotros mismos. Pero esa agradable sensación que nos produce el reconocimiento de los demás no nos debe hacer sentir mejor que nadie, creer que somos imprescindibles, prescindiendo de aquellos que nos pueden ayudar o complementar en nuestro trabajo. La humildad en protocolo hace que sepamos reconocer el buen trabajo de aquellos con quienes debemos coordinarnos para que la labor de equipo destaque por encima de las individualidades en el resultado final.
La paciencia es esa capacidad de espera que nos ayuda a mantener la calma en momentos en los que la prisa o el querer acelerar el tiempo no nos va a aportar la solución adecuada. Perder la paciencia durante la organización de una acto o evento no facilita el trabajo de quien necesita un determinado tiempo para llevar a cabo una tarea que seguramente finalizará a tiempo si el ambiente de trabajo le es propicio.
Reflexionar antes de decir o hacer algo de lo que nos podamos arrepentir, y más hoy si cabe, en este mundo hiperconectado donde nuestras palabras, gestos y movimientos quedan registrados a golpe de móvil en cualquier momento, es una virtud de personas prudentes que no se dejan llevar por primeras impresiones y percepciones prefiriendo contrastar la información que reciben antes de emitir un juicio que pueda provocar daños innecesarios. Cuando por motivos de trabajo eres receptor de información múltiple, variada e intencionada, debes tener mucho cuidado a la hora de procesarla, la prudencia debe acompañar siempre al profesional de protocolo.
Ser capaz de organizar un gran evento donde el espectáculo haga sentir grande a quien lo está viviendo no está reñido con la sencillez necesaria en el trato hacia los demás. La amabilidad, el reconocimiento y aceptación de nuestras debilidades, y la cercanía a la hora de transmitir aquello que consideramos que se debe hacer para crear algo entre todos, hace que las personas sencillas sean finalmente, las que consiguen crear algo verdaderamente grande.
La calma, el estar bien consigo mismo, el no tener la necesidad de comparar constantemente nuestra labor con la que realizan los demás nos aporta la serenidad suficiente para seguir trabajando a pesar de las dificultades. En el mundo del protocolo y la organización de eventos los obstáculos que podemos encontrar no son pocos, pero si somos capaces de mantener la serenidad necesaria podremos ir construyendo, aunque sea, poco a poco, carrera profesional de éxito. Ese éxito que tiene poco de apariencia y mucho de satisfacción personal, ese que solo consiguen quienes no dejan de fortalecer unos valores que exigen un trabajo constante y silencioso.
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BELÉN EGEA
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