El desconocimiento de las posibles preguntas que pueden plantearnos a lo largo de una presentación es una de las principales causas del temor a hablar en público que experimentan muchos oradores.
Con frecuencia observo que este miedo hace que se enfrenten, de forma errónea, a las preguntas planteadas por el público asistente. Te desaconsejo las siguientes prácticas:
Evitar la pregunta, impidiendo su formulación o evitando ofrecer una respuesta. Es una técnica que pone de manifiesto la falta de respeto y cortesía del conferenciante. Si no es pertinente, por el público asistente, el tema tratado o los minutos que exigiría su respuesta, lo mejor es emplazar a responderla al final de la charla. Si desconocemos la contestación, debemos fijar una fecha y medio de respuesta, generalmente email, comprometiéndonos a enviarle información en el plazo establecido.
Volcar la ira sobre la persona que plantea consultas, además de mostrar la ineptitud en habilidades sociales y un menosprecio, hacia el auditorio en general y hacia el sujeto objeto de nuestro furor en particular, demuestra una grave carencia de empatía.
Leer una respuesta, a excepción de datos concretos y exactos o listados puntuales, refleja falta de preparación de los asuntos objeto de exposición, y un desinterés profundo por el mismo.
Dominar el tema central de la charla que se ofrece, establecer una dinámica de desarrollo de las principales materias a tratar y preparar concienzudamente la puesta en escena, te harán sobresalir como persona creíble y entendida, y te ayudarán a controlar el temido pánico escénico.
¡ESPERO VUESTROS COMENTARIOS!
UN SALUDO.
MAR CASTRO.
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