El sentido del yo del individuo no está limitado por su piel, leía en un artículo hace un tiempo. ¿Entonces por qué lo está? Por nuestra burbuja. Nuestra burbuja puede ser más grande o más pequeña; representa la cantidad de espacio que hay entre nosotros y los otros.
Hagamos un experimento: cuando estés hablando con alguien, acércate de manera gradual a esa persona. ¿Qué sucederá? La persona que tengamos delante sentirá que estás invadiendo su espacio personal y su burbuja y comenzará, conscientemente o sin darse cuenta, a retroceder.
En una investigación de la Universidad de Florida, leí que el origen se basa en nuestra educación. El estudio señalaba que pasamos tiempo enseñando a nuestros niños a no aproximarse demasiado a las personas, porque equiparamos la proximidad física con lo sexual, porque relacionamos el ver dos personas muy cerca con el cortejo o con la conspiración.
En contextos en que nos vemos forzados a estar demasiado “pegados”, como en el autobús, tratamos de manera inconsciente de equilibrar ese desequilibrio. ¿Cómo? Nos damos la vuelta, miramos el móvil o miramos hacia el fondo del lugar.
“No soporto a mi vecino” me comentaba el otro día un paciente en sesión, “He tropezado con él varias veces en el ascensor y es que le veo hasta sus espinillas, ¡es horrible!”.
¿Cuántas veces hemos vivido esta situación? ¡Muchas! me diréis. Pues bien, como individuos que somos debemos saber de la importancia del espacio personal, ¡no agobiemos y respetemos la burbuja!
Porque recuerda; si invadimos la burbuja del otro, este tendrá la necesidad de huir o de atacar. Imaginemos que estamos cerrando un acuerdo o un negocio. No queremos que se rompa nuestro negocio por acercarnos demasiado ¿verdad?
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Un saludo emocional, de tu psicólogo en Valencia Enric Valls.
Twitter:@tupsicologovlc
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