Todos reconocemos la importancia del arte de hablar en público y el interés que tenemos en que nuestra intervención deje huella.
Se supone que el conocimiento y la preparación son cualidades inherentes a las personas que realizan exposiciones públicas aunque, con demasiada frecuencia, encontramos a osados que hablan de temas que desconocen.
Sentir pasión por algo implica mostrarlo con entusiasmo. El amor que sentimos hacia la palabra hablada, el reconocimiento de su necesidad y beneficios, y el respeto que le debemos a la audiencia, hace que dediquemos horas a preparar minutos de exposición.
Se habla de la espontaneidad como enemigo del discurso. Particularmente, creo en la espontaneidad cuidadosamente preparada. Puedes improvisar sobre aquellos temas que dominas, lo cual pone de manifiesto que no es improvisación ni espontaneidad sino preparación, confianza y seguridad en uno mismo.
Creer en lo que dices es condición «sine qua non» para que tu auditorio lo crea. Me gusta recomendar a mis alumnos, cuando despotrican contra penosos servicios o productos que deben alabar públicamente, que busquen alguna bondad que contengan (por muy malo que sea, algo «salvable» tendrá) y que se centren en ella en sus charlas.
La naturalidad es otra de las cualidades esenciales de un conferenciante, precisamente colabora a su consecución como orador singular. Ser uno mismo, conociendo y reconociendo tus fortalezas y debilidades, potenciando las primeras y trabajando las últimas para mejorarlas, te proporciona valor añadido.
Dos aptitudes más que debe mostrar y demostrar un disertador, y que lograrán “enamorar” a sus escuchantes, son la humildad y la capacidad de servicio.
Escuchamos a muchos «egos» que vienen a deleitar a su «afortunada» audiencia y luego, o no aportan nada, o facilitan el sopor.
Preocuparse más por el «qué dirán de mi» o «les gustaré» en lugar de «responderé a sus expectativas», «habré conseguido que el tiempo que me dedicaron haya merecido la pena», son enemigos acérrimos del entusiasmo y la humildad.
La puntualidad, ajustarse al tiempo establecido en el programa, es una muestra de respeto hacia el resto de los intervinientes en un evento y al auditorio que nos escucha, y que ha programado su asistencia a una u otras actividades y la dedicación de su tiempo libre.
Todos, absolutamente todos podemos convertirnos en buenos oradores. 🙂
MUCHAS GRACIAS POR LEER ESTE POST.
¡ESPERO TUS COMENTARIOS!
UN SALUDO.
MAR CASTRO.
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