Felicidad, éxito y seguridad protagonizan los contenidos de Facebook. Todo es maravilloso, a todo el mundo le va bien y la indecisión no tiene donde acampar entre los usuarios de la reina de las redes sociales.
Llama la atención que la confesión pública de un joven irlandés aquejado de depresión[1] desde hace una década haya sido aplaudida por miles de seguidores, “gente cariñosa y amable” definió el receptor de los comprensivos mensajes.
¡Qué mejor altavoz que Facebook!, la red “que lo cuenta todo”.
Confesión pública, “una gran ayuda para romper el estigma y mostrar que realmente se preocupan por este tema”, cuyo objetivo es “contribuir a erradicar los prejuicios en torno a los trastornos mentales”.
El miedo a perder a los amigos, a que la familia se distancie, a perder el seguimiento de conocidos y desconocidos. El miedo a ser señalado como un espécimen raro, a pasar inadvertido, a la soledad, a… provoca que nuestras comentarios sean positivos y optimistas.
Soy una ferviente defensora de la privacidad de las personas, en medios físicos y entornos digitales. Desapruebo los comentarios de personas que publican continuamente sus tristezas, pesares, dolores, abandonos, mala suerte y toda clase de infortunios, creyendo infundadamente que “dolor compartido es menos dolor”, que publicarlo a los cuatro vientos contribuye a su disminución o que su difusión favorece la adquisición de amigos.
Una de las reglas de oro de la oratoria moderna recomienda pensar antes de hablar. Apliquémoslo a las redes sociales…
¡¡Piensa antes de publicar!!
[1] Enfermedad que sufren unos 350 millones de personas en el mundo, según datos actualizados de la OMS, y una de las principales causas de incapacidad.
¡ESPERO VUESTROS COMENATRIOS!
SALUDOS,
MAR CASTRO
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