Vivimos en un mundo hiperconectado en el que cada vez es más complicado ocultar nada.
En principio puede resultar ventajoso si aquello que sale a la luz constituye un verdadero delito que debe ser juzgado y condenado por los cauces para tal fin establecido. Pero, cada vez es más frecuente “denunciar” o “anunciar” parcelas de la intimidad ajena cuya revelación tan solo contribuye a un descrédito de los demás que no busca justicia sino venganza, burla o la satisfacción de ver caer a quien no se ajusta a nuestros códigos de conducta.
Difundir cualquier información basada en comentarios sacados de contexto o en la interpretación totalmente subjetiva de ciertas imágenes, se ha convertido en algo habitual.
Nos creemos con derecho a juzgar todo aquello que pasa por delante de nuestros ojos sin pararnos ni un momento a reflexionar si aquello que vemos requiere un entendimiento que trasciende lo puramente visual y que exige un ejercicio de prudencia y reflexión propio de quienes todavía ven en la discreción un valor y no un freno para satisfacer sus propios intereses.
La facilidad de acceder a ciertos contenidos y la amplia difusión que podemos dar a los mismos exige hoy más que nunca hacer valer nuestra discreción para saber discernir lo que merece o no ser comentado, tanto en cuestiones propias como ajenas. La búsqueda del aplauso fácil o del reconocimiento inmediato y mediático nos pueden hacer caer en la trampa de convertir la información banal en un asunto de tal trascendencia que nos puede conducir momentáneamente al éxito, pero un éxito tan efímero y tan inconsistente que rápidamente puede transformarse en fracaso.
La discreción no presume, no busca el éxito propio provocando el fracaso ajeno, sabe los secretos que tiene que guardar, escucha atentamente para entender la palabra en su contexto y entiende que fuera de él pierde todo su sentido. Por eso, en un mundo donde la comunicación crece en medios en los que la información está prácticamente al alcance de todos, la discreción debería ser un valor imprescindible.
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UN SALUDO.
BELÉN EGEA.
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