Que casi el 100% de la gente con la que nos relacionamos tiene una relación casi enfermiza con el móvil, vamos, lo que viene siendo una adicción, es un hecho que no podemos negar. Y si hacemos caso de ese porcentaje, lo cierto es que es muy pero que muy probable que tú que ahora lees este artículo y yo que lo escribo, también la tengamos (aunque en mi caso prefiero definirlo como una relación estrecha, más que como una adicción).
Poniéndonos en modo bucólico, el móvil se ha convertido en nuestro compañero de viaje, en nuestro amigo, en aquel que incluso compartimos con nuestra pareja porque a una la llevamos de una mano y al otro de la otra. E incluso a veces, preferimos llevar de la mano al móvil y no a la pareja… Es el que se lleva casi toda nuestra atención, lo miramos cada segundo, lo remiramos por si hemos pasado algo por alto, no vaya a ser que haya una nueva actualización en nuestras redes sociales desde la última (hace ya la friolera de una micra de segundo…).
La banda sonora de nuestras vidas ha cambiado. Ya te puedes encontrar perdido de la mano de Dios, en el pico de una montaña, en el desierto, en la copa de un árbol… que en algún momento, ese sonido tan familiar y que nos hace pegar un respingo de alegría cada vez que lo escuchamos, aparece en escena. Ese “bip” que nos hace lanzarnos hacia nuestro móvil como si la vida se nos fuese en ello, como si no hubiese un mañana, como si ese mensaje que acabamos de recibir fuera a ser determinante en la historia de la humanidad.
¿Te suena algo de lo que estoy hablando? Quitando las notas de exageración que me caracterizan, y que posiblemente se deba a la sangre andaluza que corre por mis venas, estoy segura que sabes a lo que me refiero.
Por nuestro propio bien y sobre todo, por el bien de nuestras relaciones profesionales y personales, hay situaciones en las que el móvil no ha de ser el protagonista.
Por ejemplo, si estás reunido con alguien, no dejes el móvil encima de la mesa (tranquilo, no tienes que vigilarlo, el móvil no se va a escapar). Es más, a menos que estés esperando una llamada importante, deberías silenciar el móvil. Resulta muy molesto cuando estás reunido con una persona que está pendiente en todo momento del móvil y que contesta llamadas y mensajes como si tú no estuvieras ahí. Hay que hacer sentir bien a los demás, hay que hacerles ver que en ese momento, ellos son lo más importante. En el caso real de esperar una llamada, se le dice a la otra persona “disculpa que tenga el móvil aquí pero estoy esperando una llamada muy urgente”, o “perdona que conteste pero es una llamada urgente”.
Por supuesto esto en caso de que quieras hacer sentir bien a la otra persona, si por el contrario te interesa hacerle ver que él/ella no es lo importante en ese momento (tú tendrás tus motivos) entonces puedes dar rienda suelta a tu “adicción” al móvil. Personalmente, me gusta hacer aquello que favorezca las relaciones con los demás y desde luego, el uso continuado del móvil cuando estamos con alguien no lo es.
Lo mismo ocurre cuando nos sentamos a la mesa a comer, tanto si se trata de una comida profesional como personal. En la mesa NO se pone el móvil como si fuese un cubierto más. A este paso, y dentro de no mucho, en las escuelas de Protocolo se explicará el lugar correcto en el que colocar el móvil en la mesa (¡no, no y no!). Cuando estamos comiendo, estamos comiendo, centremos nuestra atención en los sabores de la comida y en la conversación.
Cuando estamos cara a cara con alguien, no hay relación y contacto más real que un móvil pueda sustituir.
¿Quieres favorecer el desarrollo de las relaciones a nivel profesional y personal? Pues dale un respiro y un merecido descanso al móvil, él también te lo agradecerá.
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