Ser carismático significa que eres percibido como tal, como alguien que sobresale del resto por alguna de sus virtudes. Tú tendrás ese magnetismo cuando seas visto como un ser humano que siente y padece; es decir, no como alguien a quien todo le resbala, sobre todo los problemas de los otros. Tienes que lograr transmitir lo contrario, que eres una persona empática que sabe ponerse en los zapatos de otro.
Para que transmitas ese carisma contamos con tres factores, dos de ellos los hemos visto semanas anteriores: el poder y la presencia. Pero faltaba uno, esencial, el de la calidez, que llaman los ingleses, o humanidad, que prefiero denominar yo.
Cuando logras traspasar esa barrera y ser percibido como alguien humano y sensible es cuando la gente te ve como benevolente, altruista, cariñoso y dispuesto, lo que te va a permitir impactar de forma positiva. Esto se logra en gran medida a través del lenguaje no verbal.
Si tú vas y le dices a alguien que le entiendes, que estás con él, o ella, y que le estas ayudando a superar una mala situación no será suficiente con que el otro lo escuche. Será necesario también que sienta que es verdad lo que le dices, y eso se logra, en gran medida, con el lenguaje no verbal.
No olvides que tu lenguaje no verbal dice mucho más que tus palabras. Proyectar presencia, poder y humanidad a través de tu lenguaje no verbal es a menudo lo único que necesitas para ser percibido como carismático.
No importa lo poderosas que sean tus palabras o lo hábil que seas en tu discurso, porque si tu lenguaje corporal no es el adecuado no lograrás ser carismático, no podrás tener ese magnetismo personal al que aspiras. Por otra parte, con el lenguaje corporal correcto puedes ser carismático sin decir una sola palabra.
Hay que tener humanidad y tratar de entender al otro e intentar adivinar cómo ese otro nos percibe a nosotros. Y siempre que podamos tenemos que buscar el lado positivo de las cosas.
Al final se trata de transmitir humanidad. Te voy a poner un ejemplo. Imagina que estás asistiendo a un curso de formación y un ciego, a causa de sus evidentes limitaciones, retrasa su desarrollo. En vez de acabar en dos horas vais a necesitar tres. Está claro que no es culpa tuya y que la organización debería haberlo hecho de otra manera para que tú no te sintieses perjudicado por esa discapacidad, por ese problema que no es el tuyo. Bastante tienes ya con los problemas cotidianos. En ese momento tienes dos opciones, estar cabreado o feliz, tanto durante el desarrollo del curso como al finalizar el mismo.
Te cabreas, con toda la razón del mundo, porque aunque es una pena que esa persona sea ciega, no es culpa tuya. ¡Faltaría más! Te está retrasando y deberían haberle enviado a un curso exclusivamente para ciegos, y si no hay cursos para ellos, que los inventen. Para más inri, resulta que se juega la final de la Copa de Europa y tu equipo favorito tiene todas las de ganar. Es el partido del año, tú eres un seguidor incondicional de ese equipo, y te lo vas a perder por el p… ciego.
Pero también tienes la opción “b”. Está claro que te quedas sin partido, pero estás feliz. Feliz porque eres consciente de la suerte que tienes comparado con esa persona invidente. Tú no verás ese puñetero partido pero él no va a ver ninguno. Es más, tú podrás salir a la calle a pasear y disfrutar de un bonito atardecer, o conducir tu coche sin problema. El ciego no puede hacerlo. Tú sí y él no, y en ese momento eres consciente: “mira que tengo suerte, cuando llegue a casa podré ver a mis hijos y disfrutar mirando sus caritas, mientras que mi compañero de pupitre no puede ver ni hoy ni probablemente verá nunca”. Al partido que le den…
Eso es humanidad, y sin ella no hay carisma que valga.
Y ya tenemos las tres patas del carisma: presencia, poder y humanidad.
Si tienes interés en algunos de nuestros cursos puedes verlos pinchando en http://www.juanmaromero.com/category/formacion-2/
Esta entrada no sirve de mucho sin el resto de las anteriores ni de las posteriores. Una campaña de comunicación no es una acción aislada sino un conjunto de estrategias que nos llevan a un mismo fin: lograr presencia mediática.
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